El viajero según se acerca a su destino por la desviación que da acceso a las antiguas minas de sal de Turda. Apenas observa indicio de hasta hace muy poco la zona por la que circula y sus alrededores objeto de una intensa actividad minera. Las vagonetas así como útil de los empleados en la extracción de la sal han desaparecido del paisaje, en su lugar la vegetación ha vuelto repoblar el terreno, devolviéndole el aspecto que podría tener hace cerca de 2.000 años, cuando los romanos realizaron las primeras prospecciones en la zona.
Situada geograficamente en la región de Cluj en Rumania. La bóveda central de 125 metros de altura es una cavidad horadada en la piedra, producto de casi trecientos años de actividad de explotación. Y que tras una intensa remodelación en la que se han invertido alrededor de seis millones financiado a partes iguales por la administración loca y los fondos de cohesión europea.
Se ha convertido en las instalaciones que albergan el Museo de la Sal de Turda. Abierto al publico en general. El museo esta concebido como un proyecto turístico a partir del que dar a conocer la historia de la mina de sal, así como las costumbres de los diferentes pueblos que habitaron la zona.
A través de diferentes plataformas situadas en cavidades a los largo del trayecto de descenso que finaliza en la nave central. El visitante tiene oportunidad de realizar un viaje en el tiempo, a través del que conocer de forma cronológica, las técnicas que se emplearon en las diferentes épocas así como en las condiciones en las que los mineros tenían que trabajar. En ocasiones en condiciones cercanas a la exclavitud.
Finalizado el descenso que a la inversa completando la visita se realizara en un moderno ascensor que conecta la gruta con el exterior. Los responsables han distribuido las diferentes secciónes como una plataforma donde se mezclan actividades de ocio y divulgación. Dirigidas a un publico familiar por momentos la identidad y antecedentes del lugar ceden su significado primigenio.
Un anfiteatro fabricado en madera con capacidad para 200 plazas convive con una pista deportiva multiusos, y una cafetería. A la que se acceden por una pasarela que sortea el cauce de un rió artificial, por el que en su momento se transportaban las vagonetas cargadas del mineral, que tras su procesamiento se extraía la sal.
Un pequeño embarcadero desde que el visitante puede explorar algunas de las grutas del antiguo yacimiento minero, completa la amplia oferta de un museo singular. Donde una obra de ingeniería perpetrada sobre la roca durante siglos ha conseguido revalorizar su estructura geológica. Gracias a una reforma arquitectónica mediante la que se ha intervenido en el espacio, adaptandolo a una actividad cultural y turística.
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